viernes, 16 de marzo de 2012

¿Qué queremos que nuestros hijos sean de mayores?

Desde el momento en que un primer hijo aparece en nuestras vidas, todos los padres somos conscientes de que tenemos que ayudarle a crear una serie de hábitos imprescindibles para una buena adaptación a la vida y para crecer dentro de un cierto orden físico y mental.

Siendo aún bebé, nos esforzamos en que aprenda el hábito de comer siempre a las mismas horas, siguiendo un día tras otro el mismo ritual sin escatimar ni un minuto del tiempo que ello nos suponga. Le sentamos en la trona, limpiamos sus manos, le ponemos el babero y le damos los mejores alimentos cocinados de la forma que sabemos los comerá con sumo gusto.

Apuramos hasta la última gota de paciencia cada noche en darle un relajante baño, hidratar su cuerpo con un masaje, nueva toma de alimentos y otro cambio de pañal. Entonces, bien cómodo en su cama, le leemos un cuento o le cantamos una canción con el fin de que se vaya habituando a la lectura y a la música, antes de dejarle en los brazos de Morfeo.

Y así, relajado y seguro, se habituará a dormir solo en su cuarto, sin necesidad de un dedo al que asirse que no sean los suyos propios, ni de luz ni de ningún otro elemento externo que le pueda crear una seguridad efímera y ficticia.

Invertimos en algunos casos hasta más de lo que podemos en todo lo necesario para que se habitúe a vestir cada día con ropa limpia y cómoda.

Conforme van creciendo, nos empeñamos hasta las cejas en comprarle cada nuevo curso escolar la mochila más ergonómica para que su espalda sufra lo menos posible, amén del estuche más completo del mercado. Y con más utensilios de los necesarios, hacemos lo imposible cada tarde para que realicen los deberes con “alegría” y así crearles el hábito de estudio diario.

Todo esto y mucho más, sin tan siquiera plantearnos que pudiese ser de otra forma. Satisfechos de poder darles a nuestros hijos lo mejor de lo mejor, así como todos los cuidados físicos necesarios para que crezcan sanos y saludables.


Entonces, si tanto los queremos ¿porqué no ocupar algún tiempo de esa dedicación a inculcarles el hábito de ser buena gente, a ir por la vida sin pisar a los demás por el mero hecho de ganar, a no enojarse o frustrarse a la primera de cambio cuando algo no les sale como esperan, a pararse cuando van corriendo en desbandada para dejarse adelantar sin complejos en lugar de poner el codo o la zancadilla, a utilizar las papeleras y a no destrozar los parques y el mobiliario urbano que tanto dinero nos cuesta y que es de todos, a tolerar a los demás y sobre todo a tolerarse a sí mismos sean como sean de listos, guapos, altos o bajos, a respetar a los mayores por el simple hecho de serlo, a discutir dialogando y no gritando o insultando?

Quizás debamos pararnos a recordar que casi todos los buenos hábitos de vida que tenemos, los hemos aprendido con el ejemplo diario de un padre, una madre, un hermano, una abuela, un maestro. Los niños son auténticas esponjas que absorben todo cuanto ven y oyen, además son muy buenos imitadores. Si educáramos a nuestros chicos con sentido común y predicando con el ejemplo, todo lo demás vendría rodado.

¿Qué queremos que sean de mayores estos hijos nuestros? ¿Médicos, abogados, jardineros, fontaneros, futbolistas, panaderos “a secas”? ¿O buenas personas dedicadas profesionalmente a lo que mejor sepan hacer y que aparte de poder vivir de ello dignamente, les permita sobre todo, dormir cada noche a pierna suelta con la conciencia tranquila?

En definitiva, como dice el filósofo y escritor José Antonio Marina, “eduquemos a los niños para formar buenas personas, no para obtener ingenieros”.
Y como dice un proverbio africano: “Para educar a un niño hace falta la tribu entera”. Toda la sociedad, sin escaqueos y sin buscar a quién echar la culpa.



Por: Montse Manchón Martinez

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