Recuerdo caminar contigo como algo muy bonito, también recuerdo que de vez en cuando me ahogaba porque respiraba el polvo que levantabas al arrastrar los pies. Hablamos de ello y me dijiste que te resultaba más cómodo andar arrastrándolos que levantarlos a cada paso. No dije nada y entendí que tu forma de andar "era así". Seguí caminando a tu lado, aguantando todas y cada una de las toses que me provocaba ese polvo, y asumiendo que ralentizar el paso por caminar contigo era lo que tenía que hacer.
Hasta que un día la tos me provocó dolor en el pecho y eso me dobló. Me miraste desde arriba mientras me retorcía en el suelo y me dijiste entre risas "venga anda, no seas exagerada que no será para tanto". Te pedí que parases de levantar polvo para poder continuar caminando contigo y lo hiciste, pero a mitad de camino decidiste que hacerlo suponía mucho esfuerzo para ti y que preferías que yo soportase los dolores físicos que me provocaba.
Esta vez me planté, te dejé atrás pidiéndome desde la distancia que volviese y prometiendo a gritos que ibas a dejar de arrastrar los pies cuando caminase contigo. Decidí no ralentizar más mi viaje y seguí andando, descubriendo sola ese camino tan bonito que el polvo que levantabas al arrastrar tus pies por comodidad no me permitía ni ver ni disfrutar.