lunes, 22 de agosto de 2011

El aguador

Había una vez, en un pueblecito muy pequeño, un hombre que trabajaba de aguador. Por aquel entonces el agua no salia de los grifos, sino que estaba en el fondo de profundos pozos o en el caudal de los rios. Si no había pozos excavados cerca del pueblo, el que no quería ir a buscar el agua personalmente debía comprarla a uno de los aguadores que, con grandes tinajas, iban y volvían al pueblo con el preciado liquido.

Una mañana, una de las tinajas se agrietó y empezó a perder agua por el camino. Al llegar al pueblo, los compradores le pagaron las acostumbradas diez monedas por la tinaja de la derecha, pero sólo cinco por el contenido de la otra, que apenas llegaba a la mitad.
Comprar una tinaja nueva era demasiado costoso para el aguador. Así que decidió que debía apurar el paso para compensar la diferencia de dinero que recibía.
Durante dos años el hombre siguió yendo y viniendo a paso firme, llevando agua al pueblo y recibiendo sus quince monedas como pago por una tinaja y media de agua.
Una noche lo despertó un chist en su habitación:
-Chisssst... chisssst
-¿Quién anda ahí?-preguntó el hombre
-Soy yo- dijo una voz que salia de la tinaja agrietada.
-¿Por qué me despiertas a estas horas?
-Supongo que si te hablara de día y a plena luz, el susto te impediría que me escucharas. Y necesito que me escuches.
-¿Qué quieres?
-Quiero pedirte que me perdones. No fue culpa mía la grieta por donde el agua se escurre, pero sé lo mucho que te he perjudicado. Cada día, cuando llegas al pueblo cansado y recibes por mi contenido la mitad de lo que recibes por mi hermana, me dan ganas de llorar. Yo sé que debías haberme cambiado por una tinaja nueva y desecharme, y sin embardo me has mantenido a tu lado. Quiero agradecertelo y pedirte una vez mas que me disculpes.
-Es gracioso que me pidas disculpas-dijo el aguador- Mañana, bien temprano, saldremos juntos tu y yo. Quiero enseñarte algo.
El aguador siguió durmiendo hasta el alba. Cuando el sol se asomó por el horizonte, tomó la vasija agrietada y se fue con ella al río.
-Mira-dijo al llegar, señalando la ciudad-¿Qué ves?
-La ciudad- dijo a vasija
-¿Y qué más?- preguntó el hombre.
-No sé...El camino- contestó la vasija.
-Exacto. Mira a los lagos del sendero ¿Qué ves?
-Veo la tierra seca y el ripio del lado derecho del camino y los canteros de flores del lado izquierdo- dijo la vasija, que no entendía que le quería mostrar su dueño.
-Durante muchos años he recorrido este camino triste y solitario llevando el agua hasta el pueblo y recibiendo igual cantidad de monedas por ambas tinajas...Pero un día noté que te habías agrietado y que perdías agua. Yo no podía cambiarte, así que tomé una decisión: compre semillas de flores de todos los colores y las sembré a ambos lados del camino. En cada viaje que hacía, el agua que derramabas regaba el lado izquierdo del sendero y, en estos dos años, conseguiste crear esta diferencia. El aguador hizo una pausa y, acariciando a su leal vasija, le dijo <<¿Y tu me pides disculpas? ¿Qué importan algunas monedas menos si gracias a ti y a tu grieta los colores de las flores me alegran el camino? Soy yo quien debe agradecerte tu defecto>>





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