lunes, 10 de noviembre de 2014

Vestidos, moldes, sociedad.

Como esos vestidos en los que alguna vez nos hemos empeñado en meternos. Te lo colocabas, sentías que apretaba, pero daba igual, porque si lo conseguías era gratificante, una ligera superación personal completamente aprendida.
Metías tripa e intentabas cerrar la cremallera, pero no podías. Antes de pensar que quizá era demasiado pequeño intentabas forzarlo de nuevo dejando de respirar y volvías a subir la cremallera, pero te pillabas la piel. Y así una y otra vez, hasta que te cansabas, o te hacías daño.

Como en esta sociedad de mierda. Intentas encajar desde pequeña en unos moldes absurdos y no te das cuenta de que son impuestos hasta que te pillan y te hacen sangrar. Metes tripa, para caber dentro de algo que no te deja ser tu misma. Dejas de respirar para que la sociedad te acepte. Y entonces, en algún momento dices "basta", y te das cuenta de que ese vestido no está hecho para ti, y casi para nadie, te das cuenta de que todos los vestidos son iguales porque todos los vestidos están hechos con el mismo fin. Y te lo quitas, lo guardas en el armario, o lo tiras con rabia encima de la cama, o al suelo y te pones otra cosa, más cómoda, mas suelta, menos apretada, mas libre. Y te das cuenta de que los sistemas aúnan sus fuerzas para acabar con las tuyas.


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